3 abr 2010

JOYAS DE LA LITERATURA

Al sentarle las vacas sagradas como patada en los mismísimos y notando que ya había demasiados autores convencidos de que mamón y solemne eran sinónimos, el escritor novato se dedicó entonces a crear una literatura divertida, serena, ligera. El asunto es que cuanto más agradable se proponía ser en sus textos y en sus relaciones públicas, la acritud del medio le golpeaba los dientes sin parar: de sus colegas recibía periodicazos, boicots, burlas y traiciones que dejaban a Judas en calidad de amateur. El autor (ya no tan) novato continuó su camino, olvidando agravios y tragándose su pena, pero la amargura era cada vez más difícil de disimular, lo que al paso de los años le volvió cada vez más intratable. Finalmente, cuando la tristeza, la furia inocultable, la soledad, la miseria integral y el cáncer de hígado se lo llevaron a la tumba, nadie se sintió cómodo, ni siquiera sus antiguos adversarios, quienes se esmeraron en dotarle de funerales, exequias y homenajes extemporáneamente amables. Los que en su momento conspiraron arduamente para destruirlo ya ni se acordaban de por qué el muerto era tan hostil hacia ellos. Lo importante sería, en adelante, rescatar su trabajo del olvido para que las nuevas generaciones descubrieran una obra literaria brillantísima y graciosa, producto de una felicidad que el artista, inexplicablemente, jamás pudo alcanzar.